miércoles, 18 de enero de 2012

Día 121: El día que la casualidad pudo conmigo



Día 121, es decir, 11 tramos de 11 días, hasta llegar a la entrada 11... 
He de reconocer que la entrada iba a ir de otra cosa (estaba ya casi terminada), pero al darme cuenta de tanta casualidad junta he tenido que borrarla y empezar de cero.
Tengo cierta debilidad por las casualidades, lo reconozco, aunque ni si quiera sé si son reales, así que empezaré por el principio.

¿Existe la casualidad?

Como en casi todo, no hay una respuesta única a esta pregunta y, por contra, hay muchas válidas.
Sin entrar en un debate casualidad vs causalidad, diré que sí que existe (siendo, como todo lo expuesto en este blog, una muy humilde opinión).

Bajo mi punto de vista, no pueden no existir las casualidades. Por mucho que haya una causa que justifique la casualidad en cuestión, ¿quién nos asegura que dicha causa no sea a su vez derivada de una casualidad?

Remitámonos a la Real Academia de la lengua Española:

Casualidad:
(De casual).
1. f. Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.




Dicho esto, añadiría que lo que realmente diferencia las casualidades de los actos deliberados es que las casualidades no se pueden controlar. Van mucho más allá de un querer hacer o un desear. 
Por ejemplo, yo podría desear que me tocara la lotería, pero que mi número fuera el ganador no estaría condicionado por el hecho de que yo quiero que me toque, si no que sería consecuencia de una casualidad... ¿o de la suerte?



¿Cuánto influye la suerte en las casualidades?

Mucho, pero no sólo la buena suerte, pues también ocurren casualidades que no son buenas (con bastante frecuencia).

¿Qué hace que la suerte sea buena o mala?

Probablemente una casualidad...

¿De donde sale la suerte?

Ruego atentamente que si alguien sabe la respuesta a esta pregunta me lo haga saber y rompa con su egoísmo, pues la suerte es un camino más hacia la plena felicidad.

Volviendo al tema de las casualidades y a modo de conclusión, olvidaos de donde vienen, de que son consecuencia, y disfrutadlas (siempre que sean casualidades satisfactorias), pues no abundan y están en peligro de extinción.